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Foto del escritorSamak Alquimist

La Santa de Cabora


La bruja de Nogales

Teresa Urrea (Ocoroni, Sinaloa, México; 15 de

octubre de 1873 - Clifton, Arizona, Estados

Unidos; 11 de enero de 1906, 32 años) es un

personaje poco conocido y casi olvidado, más bien “ocultado”, debido a su repercusión en la política en la Revolución Mexicana.

En el distrito de Álamos se encuentra un

pueblo llamado Cabora donde habitaban en sus aledaños muchos indios Tomochis, sembradores de frijol y maíz, entre otros.


En Cabora vivía, o sus descendientes viven aún, una familia de apellido Urrea. Tomás Urrea, un poderoso hacendado de esta familia, era residente de Sinaloa, pero

sus principales propiedades se encontraban en Álamos, Sonora.

Teresa era una hija ilegítima, su madre era una jornalera indígena tehueco (algunos afirman que fue yaqui) llamada Cayetana Chávez. A su nacimiento fue bautizada como García Nona María Rebeca Chávez, pues

no fue inicialmente reconocida como hija de Tomas Urrea, quien la procreó al forzar a su madre, una joven de 14 años a trabajar en su hacienda. Al saber que estaba embarazada, Tomás Urrea la corre. Acerca de Cayetana,

era una joven rebelde, sus parientes trabajaban en la hacienda de Santa Bárbara en Chihuahua de la familia González, ella no quiso trabajar ahí y por eso se fue a la

hacienda de Cabora.

Teresa nació y vivió en su niñez en la hacienda de Santa Bárbara. La mamá de

Teresa pasó parte de su niñez viviendo en el pueblo de Aquihuiquichi, en las inmediaciones de Cabora.

Al nacer Teresa, la dejó en Santa Bárbara con su hermana Petra, quien la tenía a su cargo con especial atención por las enfermedades y tendencias de la niña. En 1988, cuando Teresa tenía 14 años, murió su madre. Tomás Urrea mandó buscarla a Santa Bárbara y la recuperó, su tía Petra se quedó trabajando en la hacienda de Santa Bárbara. Tomás Urrea no tuvo hijos, por lo que no sólo la recibió de buen agrado, sino que la reconoció legalmente como hija suya, siendo su nombre a partir de ese momento, “Teresa Urrea”. Ahí la cuidaba una sirvienta apodada la Hula quien le enseñó el arte de la curación con las hierbas y la inició como taumaturga, es decir, como curandera milagrosa. Con ella aprendió el uso de yerbas medicinales,

ungüentos, emulsiones y limpias. Muy pronto, la alumna superó a su maestra.

Dos años después, en 1890, ocurrió el evento que supondría una inflexión en su vida y sobre todo en fama de santidad, sufrió un ataque de catalepsia, estado en el que quedó sumida durante catorce días, ante la creencia de que había muerto, su padre preparó su funeral, y cuando era velada, estando en el ataúd volvió en sí, la noticia de su "resurrección" causó estupor y se extendió rápidamente por toda la comarca cercana, tanto de Sonora como de Chihuahua. Después de esto y debido a

los milagros que empezó a propagar, la llamaron “La Santa de Cabora".

Pronto comenzó a manifestar dones de profecía y éxtasis. Teresa Urrea empezó a "hacer milagros”; era muy conocida por los indios, su fama empezó a extenderse por la región.


Esos poderes le permitieron ver las aflicciones de las personas y curarlas

mediante una combinación de imposición de las manos, frotación del área afectada con una mezcla de tierra con saliva –y en algunas ocasiones, con su propia sangre- y con remedios naturales. Se decía que de ella emanaba un sutil aroma de rosas y algunos intentaron recoger su sudor o lágrimas para usarlos como perfume (Holden, 1978; Pérez, 1993; Vanderwood, 1998).

Cuando mejoraba entraba en profundos periodos de trance y hablaba con la voz

de una niña de cuatro años. Aunque sospechamos que en realidad era la voz de Raúl Madero, hermano de Francisco I. Madero, quien murió en un accidente al quemarse con una lámpara de queroseno a los 4 años. Se dice que tuvo revelaciones

divinas o mensajes de este espíritu y recibió su misión de parte de la Virgen María.

Raúl Madero era espíritu guía de Francisco I. Madero, la Roja y después de Ingrid y Jorge Rosell. Actualmente habita en la casa de la familia Rosell Martínez, donde se aparece eventualmente.

La muerte de “Huila”, su maestra, dio pie a la creciente fama de Teresa como curandera, vidente y taumaturga y al pueblo sonorense de Cabora como lugar de peregrinación. En 1890 ya lucía transformado por la romería de visitantes que llegaban de lugares cercanos y remotos.

Fue un personaje decisivo en eventos políticos e insurrecciones en la Revolución

Mexicana, en el período de Porfirio Díaz.

Su fama fue sobre todo creciente entre los indígenas yaquis y mayos y entre muchos habitantes serranos, además de ser conocida por sus curaciones milagrosas, también lo era por sus frecuentes discursos en contra de la injusticia contra los grupos oprimidos, este hecho pronto despertó recelos del gobierno de Porfirio Díaz y también simpatías entre los grupos que sentían la opresión oficial.



Muy pronto, la prensa se interesó por Teresa y empezó a indagar acerca de sus milagros y curaciones fantásticas, así como de su pasado, sus amores, su enfermedad, sus periodos de trance y sus seguidores. Llegaron a entrevistarla periodistas mexicanos y estadounidenses que a través de periódicos de la época, como El Monitor y El Tiempo propagaron su fama más allá del pequeño pueblo de Cabora y pronto comenzaron a llegar cientos de peregrinos de Sonora, Sinaloa y Chihuahua.

Como Teresa consideraba que sus poderes eran dones divinos, no cobraba por el

ejercicio de éstos, característica que se sumó a su carisma y espíritu personal. En tan

sólo unos meses, miles de personas de todos los rincones del norte de México viajaron a Cabora para ser curados por Teresa, la Santa Niña de Cabora (Holden, 1978, Putman, 1963; Rodríguez y Rodríguez, 1972). Según Osorio, entre 1889 y 1892 fue visitada en Cabora por más de doscientas mil personas en busca de curación.

Por entonces no llamaba a la rebelión ni a la revuelta social. La interpretación que

le dieron a sus enseñanzas los habitantes de Tomochic se debió más a su dirigente y

vocero, Cruz Chávez, que a la propia Santa de Cabora. Chávez fue quien declaró, en

nombre de la mayoría de los habitantes del pueblo, que después de su conflicto con

el presidente municipal no reconocerían otra autoridad que la ley de Dios, y él fue quien convenció a sus seguidores de que Teresita legitimaba su resistencia a la autoridad. Cruz Chávez enfermó y fueron en peregrinación en busca de “La Santa de Cabora” para que lo curara, confirmar esa opinión y renovar su fe.

El asunto de “La Santa de Cabora” ya estaba tomando proporciones alarmantes,

se habían dado los primeros pasos para hacerle una capilla. El Gobierno, temeroso

de que las cosas llegaran más lejos, mandó a unos comisionados que dijeran a la Santa que se dejara de barullos y que no hacía milagros. Teresa no se dio por aludida

y siguió curando a su modo a los indios y blancos de su pueblo con la misma solicitud

que desplegó desde un principio. Viendo las autoridades que no paraba, le solicitaron irse al norte.



El 13 de diciembre de 1891, Lauro Carrillo -gobernador del estado de Chihuahua￾le manda una carta al Porfirio Díaz, en ella habla de los acontecimientos que han ocurrido en el pueblo de Tomochic lugar en el que, después de un cúmulo de abusos de las autoridades, los habitantes se han rebelado, en dicho documento resalta el nombre de una mujer: ““La Santa de Cabora””.

“Teresa Urrea es pacifista, predica la paz y la paciencia para poder conquistar la

justicia. Mientras vive en México, nunca enarbola vaderas políticas ni promueve

luchas armadas. Sin embargo, muy pronto el discurso de esta versión mexicana de

Gandhi se convierte en perturbador: denuncia la injusticia del régimen, habla con

vehemencia de la virtud y el vicio, de los buenos y los malos, del enorme poder de

Dios; clama contra el abuso y la maldad, pide justicia para los desheredados y libertad para el hombre de bien; denuncia las condiciones de miseria en la que viven

muchos mexicanos y se pronuncia en contra de los despojos de tierras y del genocidio del que son objeto indios mayos y yaquis".


Esa fue la gota que derramó el vaso. La santa y su padre fueron aprehendidos en Cabora,

trasladados a Guaymas y se les dio la

posibilidad de escoger entre el exilio o la cárcel. Llegaron a Nogales, donde el periodista y espiritista Lauro Aguirre se encargó de protegerlos y acomodarlos. Aguirre diseñó una campaña publicitaria

para conseguir recursos y mejorar la imagen de la santa. Desde entonces, “la Niña de Cabora” se convirtió en una mujer elegante, bien vestida e impecablemente peinada. Atrás quedaron el rebozo, el pelo largo y sus pertinaces seguidores, indios pobres, perseguidos por el régimen y refugiados al otro lado de la frontera.

Así es como la llamada “Santa de Cabora”, exiliada en Estados Unidos, deja en los pobladores de Chihuahua y Sonora el cosquilleo por romper los grilletes de la

dictadura, ese mismo que a la postre desemboca en grandes movimientos sociales.

Y aunque la semilla que sembró Teresa Urrea más tarde derivó en brutales represiones, levas, exterminio de poblaciones enteras o descarados procesos de esclavitud, crudamente narrados en el México Bárbaro, de John Kenneth Turner, el legado de esta mujer sirve para entender el proceso pre revolucionario, ese mismo en donde se inició la cuenta regresiva del porfiriato.

Instalada en El Paso, la santa inició una nueva etapa de su vida. Lauro Aguirre la relacionó con diversos círculos sociales, propagó sus milagrosas curaciones y la convirtió en líder espiritual de un amplio movimiento político en contra de la dictadura. La santa se movía con soltura por las ciudades fronterizas, incluso viajó a Los Ángeles y Nueva York. Finalmente, se naturalizó estadunidense para evitar la extradición y desarrollaba con éxito sus labores curanderiles y religiosas.

No obstante, su influencia seguía viva en el México porfiriano, cada día más propenso a la revuelta que llevó finalmente a la revolución, que ella ya no tuvo oportunidad de presenciar. La santa murió en 1906, a la edad de 32 años.

Aunque no está claro si Teresa habló, de modo directo o no, en contra del gobierno

de Porfirio Díaz, se sabe que sí se expresó en contra de la corrupción de la Iglesia Católica e incitó a la gente a amar a Dios directamente sin tener que pagar a esta

institución por su “dirección”. Como la iglesia estaba aliada con el régimen porfirista, estos comentarios se interpretaron como “traición a la patria” y “herejía”.

La influencia de Teresa Urrea fue decisiva para tres sublevaciones, la primera de

ellas la de los habitantes de Tomochi, Chihuahua, que la habían visitado en 1890.

buscando la cura para la enfermedad mortal del patriarca del pueblo Cruz Chávez;

en camino los federales pensaron que se trataba de una sublevación; ellos gritaron

“Viva “La Santa de Cabora”” como invocación de su protección. Murieron de ambos bandos.

Cuando los indios se enteraron de que su santa no estaba en el lugar de costumbre, asumieron una actitud hostil para la gente pacífica que vivía en Cabora.

Alguien lo comunicó al Jefe de los Tomochis que Teresa había sido llevada rumbo al norte y que fácilmente la encontrarían en Nogales. El Jefe Tomochic convocó a una "conferencia de mesa cuadrada" en la cual decidieron organizarse y armarse hasta los dientes para rescatar a su santa. Los Tomochis ya en pie de campaña se fueron a buscarla. La

pequeña columna se componía de unos 60 individuos de esa tribu, bien armados con rifles y flechas, y cruzando valles y serranías caminando de día y de noche llegaron a Nogales. Al llegar a la plaza hubo matanza.

Al regresar quedaron convencidos de la santidad de la joven y de la justicia de sus

postulados, el líder de los tomochitecos, Cruz Chávez, tendría correspondencia con

ella hasta 1891 cuando fue muerto por el ejército que aplastó la Rebelión de tomochic. Cabe señalar que 1,600 soldados acabaron con la rebelión matando a todo el pueblo de los tomochic, los encerraron en la iglesia, con mujeres y niños, y prendieron fuego a la misma, quemándolos vivos a todos ellos. A los que lograban escapar les disparaban. De estas rebeliones conocidas oficialmente una es la de los tomochic en la que acabaron con ellos, la de los indios mayos, en 1892 que se

rebelaron contra el gobierno de Porfirio Díaz, para no dejar lugar a dudas sobre su inspiración, se confundía como grito de Guerra, pero en realidad era para su

protección ¡Viva “La Santa de Cabora”! Y la de los indios mayo en una larga y sorda

lucha contra el gobierno.

Cabe recalcar que dentro de la sublevación tomochi hubo 3 episodios, pero uno

de ellos llama por sobre todo la atención: la Secretaría de defensa ordenó al General

Cruz terminar de una vez por todas con la rebelión, el general Cruz salió de Chihuahua el 21 de septiembre a cargo del 9º batallón con más de 500 hombres a su mando. Antes de llegar al pueblo de Temochic para cumplir con su cometido (acabar con la sublevación) se encontró con los rebeldes y enfrentó una ardua batalla donde él supuestamente los masacró a todos; sin embargo, cuando terminó la batalla se dio cuenta que la guerra emprendida fue contra milpas y mazorcas, algo que lo enloqueció, por lo cual fue relegado del ejército.

Se dice que la “Santa de Cabora” se metió en su mente y le hizo ver esa alucinación.

En las actuaciones de la “Santa de Cabora” se manifestaban tres grandes influencias: la cultura religiosa católica, los conocimientos teórico-prácticos del curanderismo, e la zona noroeste y, finalmente, el espiritismo, que estaba en apogeo a fines del siglo XIX. Los seguidores de esa corriente se interesaron en la santa, la protegían y la consideraban una verdadera médium.

Al mismo tiempo, la Santa consideraba como sus tres principales enemigos a los curas, el dinero y los doctores. La Iglesia, en especial los curas de pueblo, le había declarado la guerra y en una ocasión el obispo pretendió excolmulgarla. Por otra parte, la Santa que vivía modestamente y no cobraba por sus curaciones, consideraba al dinero como una fuente de corrupción, de disolución de las familias y como causa de la pobreza en la que estaban sumidos los indios de la zona, los yaquis y mayos que la consideraban su líder espiritual.

Finalmente, se enfrentaba con los doctores, que representaban en cierto modo la

competencia. Aunque hay que decir también que éstos eran muy pocos y se ubicaban

más bien en los centros mineros. Pero, sobre todo, para ella la medicina oficial representaba a la ciencia y se contraponía con los planteamientos espiritistas.

“La Santa de Cabora” no era un fenómeno

aislado, pero sí excepcional. De hecho,

coexistía con una variedad de santos, santas

y chamanes que predicaban el fin del mundo

y la salvación. Pero, sin duda, ella era la de

mayor fama e influencia y hacia Cabora

confluía una romería incesante de fieles,

enfermos, curiosos y reporteros. La

transmisión oral expandía su fama a nivel

regional, incluso más allá de la frontera; la

prensa nacional y extranjera se encargaba de

proyectarla en todo México y a escala

internacional. Sus fotografías, siempre muy

arregladas, circulaban en diversos formatos; se vendían estampas impresas y escapularios con su foto. La prensa, que publicaba artículos en favor y en contra de

ella, difundía su imagen profusamente.

Lejos de formar parte de los mitos extraordinarios de la historia oficial, o incluso

de pertenecer al selecto grupo de héroes patrios, “La Santa de Cabora” es un

personaje sin el cual no se podrían entender los primeros gérmenes de rebelión que

a la postre desembocaron en la Revolución de 1910. Simbología religiosa o insurrecta

por circunstancia, Teresa Urrea tuvo como campo de acción una región avasallada

por el terror de Estado.

Fue en la etapa más encarnizada de persecución y asesinatos del régimen de

Porfirio Díaz, en donde esta mujer pone en aprietos a la Iglesia Católica, es decir, a una de las principales columnas que sostienen al dictador. “La Santa de Cabora” pide

a sus pacientes tener un “trato directo” con Dios, sin intermediarios y habla de

justica para los desposeídos.

Muchos entraron por la puerta grande a la historia nacional, muchos por méritos propios, pero muchos otros porque así conviene contar los hechos. Teresa Urrea no

pertenece a ninguno de estos grupos, tal vez por la exclusión de género existente en

la historia oficial, o tal vez por el avasallante centralismo en México, en donde la historia regional aparece al pie de página o en letras chiquitas. La historia de esta mujer, como se dice coloquialmente, se cuece aparte.

En el libro Tomochic en Llamas, Rubén Osorio relata que durante los años que

vive en la Danya de Cabora, Teresa aprende de su padre, Tomás Urrea – un hombre

de mundo, rico, mujeriego, liberal, anticlerical, antiporfirista- la manera que el clero se sirve de la religión para engañar al pueblo; cómo, a sangre y fuego, Porfirio Díaz

consolida su dictadura militar; como gobernadores y altos oficiales del ejército se

enriquecen en Sonora masacrando a indios yaquis y mayos, arrebatándoles sus

tierras para integrarlas a grandes propiedades privadas, y cómo las riquezas de México son entregadas a los extranjeros por el gobierno de Díaz de una manera

irracional.



Una mujer, con poderes místicos -atribuidos por una población abandonada por el gobierno y cansada de los abusos de poder- que habla de la justicia y del amor por los demás y despotrica en contra de la iglesia se convierte en un peligro para la endeble estabilidad de un régimen que está a punto de caer. Con estos antecedentes no es de extrañar que sea la inspiración del movimiento rebelde que se origina en

Tomochic y que termina en una horrorosa masacre a todo el pueblo ordenada

por Porfirio Díaz con el argumento de que había que “cuidar la imagen para proteger

la inversión extranjera”.

Cuando Teresa Urrea estuvo viviendo en los Ángeles, los detectives del gobierno

mexicano que perseguían a los opositores, quemaron su casa. Teresa tuvo que

cambiarse de residencia con sus hijas a Clifton, Arizona, para evitar ser capturada

por el gobierno mexicano; sin embargo, ella huyendo tuvo que refugiarse en la Hacienda de Santa Bárbara. Ahí le enseñó a Natalia Matta González, “la Roja” a leer el café. Quien también fue una destacada bruja y vidente de quien hablaremos posteriormente.




Natalia Matta González es la bisabuela de Jorge Rosell a quien le enseñó la lectura

del café desde los 7 años. Actualmente Jorge es esposo de Samak, ha leído por más

de 4años el café a miles de personas y actualmente imparte los cursos de lectura

de café turco e interpretación de sueños en Centro de Estudios Alquimist.


Texto tomado del libro SOY BRUJA de Samak.


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